La inmunidad innata es la que poseemos desde el nacimiento, y es la que interviene ante agresores desconocidos, y es inespecífica. Nuestra obligación es reforzarla para que funcione bien y proteja al organismo naturalmente de infecciones y enfermedades.
La inmunidad adquirida es aquella que actúa como la memoria, permitiendo al sistema inmunitario reaccionar con anticuerpos ante los ataques de agresores conocidos. Ésta es, precisamente, la base en la que se fundamentas las vacunas.
Desde que nacemos se va constituyendo nuestro sistema inmunitario y, por suerte, solemos estar dotados de recursos suficientes para poder hacer frente a gérmenes, bacterias y virus. Entonces ¿por qué nos ponemos enfermos? Algunos agentes externos como el frío, la humedad, la contaminación, la fatiga física o nerviosa, una mala higiene alimenticia y las carencias en la dieta llegan a debilitar nuestras defensas y nos hacen vulnerables.
Gran culpa también la tiene el tan traído y llevado estrés. Sufrirlo de forma continuada deteriora nuestra capacidad protectora y nos predispone a muchas enfermedades.
Otros agresores serían el consumo excesivo de azúcares simples y refinados -cuyo aporte no debería sobrepasar el 10% calórico total de nuestra dieta diaria-, el café, el alcohol, la obesidad y algo más: la inactividad física.
Dieta equilibrada, ejercicio y descanso, básicos para reforzar nuestro sistema inmunitario:
- No deben faltar alimentos ricos en vitamina C (pimiento rojo, brócoli, kiwi, cítricos…), ya que además de su poder antiviral y antibacteriano, mejoran la resistencia general del organismo.
- También vitamina A (alimentos con betacarotenos: espinacas, zanahorias, calabazas, melocotón, mango), por su acción antioxidante y antirradicales libres. Y junto con el calcio puede ayudarnos a rebajar la tensión y a relajarnos.